“Tan poca vida” sólo tuvo sentido para mí cuando lo ví como la abierta admisión de ineptitud de un sistema (spoilers a continuación).
Jude, el personaje principal, comienza su vida sufriendo inmensa y continuamente hasta llegar a un punto en el que se entrega a la muerte, una muerte que se convierte en una casi-muerte y que le regala una nueva vida.
Su sufrimiento no es telenovelesco; es abuso emocional, físico y sexual propiamente dicho.
A pesar de la naturaleza abominable de lo que soporta, él logra salir avante conservando una gran capacidad intelectual. Tal privilegio le permite dejar atrás su pasado y emprender un viaje de tinte académico que eventualmente da frutos: una familia y un grupo de amigos que lo ama y un trabajo bien remunerado; todo a pesar de una discapacidad física y una tendencia a autolesionarse, las únicas evidencias obvias de su calvario.
¡El ‘sueño americano’, amixes!
Sin embargo, él, al final, se suicida.
Leí en alguna parte que la autora no quería un personaje que al final sanara y creo que ese devenir es honesto, dadas las circunstancias en las que lo presenta.
Su improbable jornada incluye el tener un grupo cercano de amigos exclusivamente compuesto de hombres en el que todos terminan siendo los mejores en sus campos (al estilo de ‘This is Us’), un matrimonio de eminentes profesores que lo adoptan, un médico completamente dedicado a curar su cuerpo enfermo y una pareja romántica que acaba por renunciar al sexo para que su unión sea aún más estrecha.
La vida, al menos en los términos avalados por el Begemot, eventualmente le da todo a Jude. Lo que significa que él, como tantos otros, acaba sin tener capacidad alguna para afrontar su pasado, negociar su presente y soñar su futuro.
Por eso, ésto me llega como una admisión de ineptitud por parte de este sistema.
Ese fiasco apunta a que no hay suficiente dinero, relaciones o terapia en este sistema que realmente puedan ayudar a alguien como él y, aún más importante, no hay lo suficiente en este sistema para ayudar a personas similares pero que se encuentran en niveles inferiores de la jerarquía de poder, alguien como tú o como yo.
El darse por vencido no es un fracaso personal, es un fracaso de un sistema, este sistema al que pertenecemos, el Begemot.
PD. Una disculpita por no entregar un artículo en octubre (aunque entregué dos veces en abril y mayo) pero presenté una charla en el Foro Internacional de Música Tradicional en el Museo Nacional de Antropología de México y no he podido recuperarme del todo. Ahora estoy lo suficientemente estable para entregar esta pieza, así que aquí está. Si te interesa puedes ver aquí el video de mi charla.
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